EL APÓSTOL SANTIAGO
Para entender las peregrinaciones medievales a Santiago de Compostela, debemos partir de la tradición que habla de la labor evangelizadora de Santiago en tierras de la Hispania romana.
Hay varios Santiagos en el Nuevo Testamento, por ello es preciso identificar bien a nuestro Santiago, patrón de España y evangelizador del norte de la Península Ibérica. En la Biblia se alude habitualmente a él bajo el nombre de Jacobo, término que pasó al latín como Iacobus y derivó en nombres como Iago, Tiago y Santiago (Sanctus Iacobus). A su nombre se le añaden los apelativos de: el Hijo de Zebedeo, el Mayor o Boanerges (Hijo del Trueno). Era el hermano mayor de Juan, el Apóstol. Pertenecía, junto con su padre Zebedeo, a una modesta familia originaria de Betsaida y habitaban en la cercana Cafarnaúm trabajando en el negocio familiar de pesca en las riberas del lago de Tiberiades.
Estaban asociados con otra pareja de hermanos, Pedro y Andrés, en la industria de la pesca del lago, para cuyo trabajo contaban con empleados ocasionales. De este círculo de pescadores, Jesús se llevó sus cuatro primeros discípulos: Pedro y su hermano Andrés, y Santiago y su hermano Juan. Santiago, pues, gozaba de especial confianza y relación con Jesús, obteniendo el puesto de testigo privilegiado en los momentos más importantes. El mismo Jesús apodó a Santiago y a Juan con el sobrenombre de «hijos del trueno»,seguramente por su arrojo y decisión. Santiago aparece como una persona apasionada, capaz de ponerlo todo en juego; un hombre que arrasa por su empuje y que no se para a echar cálculos y medir consecuencias.
Una vez muerto Jesús, Santiago forma parte del grupo inicial de la Iglesia Primitiva de Jerusalén que continúa inicialmente allí su labor apostólica. Posteriormente, pudo embarcar hasta alcanzar algún puerto de Andalucía en cualquier carguero que comunicaba comercialmente Hispania con Palestina. Según algunas teorías, su misión evangelizadora comenzaría en el sur de Hispania, para posteriormente desplazarse al norte por tierras portuguesas (Coimbra, Braga, etc.) llegando hasta Iria Flavia, ya en Galicia. Posteriormente se dirigiría hacia el este de la península (Lugo, Astorga, Zaragoza y Valencia) para partir, de nuevo, hacia Palestina, desde la costa mediterránea española.
A su llegada a Palestina y tras incumplir la prohibición de predicar el Cristianismo, Herodes Antipas I lo escoge, igual que a Pedro, como figuras representativas para dar un escarmiento a la comunidad cristiana y contentar a los judíos. Y así termina Santiago: Herodes lo hace decapitar con la espada allá por los años 41-44, convirtiéndose en el primer apóstol en verter su sangre por Jesucristo.
Según la leyenda, el Apóstol es decapitado, pero su cabeza no cae a tierra sino que queda entre sus brazos.De ellos nadie se la puede arrancar, hasta que llegan los discípulos Anastasio y Teodoro, que, tras recoger su cuerpo, trasladan los restos en un barco desde Jerusalén hasta Galicia, al puerto de Iria Flavia (cerca de la actual Padrón). Los varones depositaron el cuerpo de su maestro en una roca, para ir a visitar a la reina Lupa, para solicitarle a la poderosa monarca pagana tierras para sepultar a Santiago. Esta roca fue cediendo hasta convertirse en el Sarcófago Santo. La reina acusó a los recién llegados de pecar de soberbia y los envió a la corte del vecino rey Duyos, enemigo del cristianismo, que acabó encerrándolos. Siempre según la leyenda, un resplandor luminoso y estrellado liberó a loshombres de su cautiverio y, en su huida, un nuevo milagro acabó con la vida de los soldados que corrían tras ellos al cruzar un puente. Los bueyes que les facilitó la reina para guiar el carro que transportaría el cuerpo de Santiago resultaron ser toros salvajes que, sin embargo, también milagrosamente, fueron amansándose a lo largo del camino. Lupa, atónita ante tales episodios, se convirtió al cristianismo, mandó derribar todos los lugares de culto celta y cedió su palacio particular para enterrar al Apóstol. Allí, que es dónde hoy se erige la Catedral de Santiago, se construyó una tumba y un altar.
Para entender el largo viaje que sus discípulos emprendieron para dar sepultura al cuerpo de su maestro hay que basarse en las afirmaciones de San Jerónimo, que ratifica que fue establecido que al morir cada apóstol que había salido hacia todos los rumbos de la tierra a catequizar descansaría en el lugar dónde había predicado el Evangelio.
Posteriormente, en el Breviario de los Apóstoles, de finales del siglo VI, se habla del enterramiento de Santiago en el Arca Marmárica y en la segunda mitad del siglo VII, Beda el Venerable describe con meticulosa precisión la localización exacta del cuerpo del Apóstol en Galicia.
Los supuestos restos del apóstol hoy en día se guardan en una urna de plata en la catedral de Santiago.
Santiago es el Jacobo francés, por eso lo de Año Jacobeo o Xacobeo en gallego,y lo de asociación jacobea y demás derivaciones del término. Además, como el principal camino es de procedencia francesa, el uso de Jacobo se ha extendido a todo lo que tiene que ver con el Camino de Santiago y el Año Santo.
DESCUBRIMIENTO DEL SANTO SEPULCRO
No es hasta ocho siglos más tarde, durante el reinado del monarca Alfonso II el Casto, cuando se produce el milagroso descubrimiento de la tumba del Apóstol Santiago.
Según el primer testimonio escrito de los hechos, la Concordia de Antealtares, de 1077, corría el año 813 cuando un ermitaño, llamado Paio alertó a Teodomiro, obispo de Iria Flavia, de una extraña y potente luminosidad de una estrella que observó donde él vivía, en el monte Libredón. De ahí precisamente recibe la ciudad el nombre de Santiago de Compostela (Campus Stellae = Campo de la Estrella). Esos fenómenos luminosos, que en ocasiones iban acompañados de apariciones angélicas, revelaban el lugar, al pie de un roble, donde se encontraba el Arca Marmárea, un sepulcro pétreo con tres monumentos funerarios. Uno de ellos guardaba en su interior un cuerpo degollado con la cabeza bajo el brazo. A su lado, un letrero rezaba: Aquí yace Santiago, hijo del Zebedeo y de Salomé.
El obispo, tras tres días de ayuno y por revelación divina, atribuyó los restos óseos encontrados a Santiago el Mayor y a sus dos discípulos, Teodoro y Anastasio, e informó del descubrimiento al rey galaico-astur Alfonso II el Casto, que, tras visitar el lugar junto con su corte de nobles, nombró al Apóstol patrón del reino y, tras comunicarle la noticia a los poderes políticos del momento (el Papa León III y el emperador Carlomagno) mandó construir una pequeña iglesia de estilo asturiano en su honor. Desde ese momento queda establecida, oficialmente, la tumba del apóstol en aquel mágico lugar, cercano al cabo de Finisterre. A raíz del descubrimiento, y alrededor de dicha iglesia, nace la futura población medieval de Santiago de Compostela. Pronto se extendió por toda Europa la existencia del sepulcro santo gallego y el apóstol Santiago se convirtió en el gran símbolo de la Reconquista española. El rey de Asturias fue sólo el primero de toda la marea de peregrinos que recorrieron después el Camino de Santiago.
Sin embargo, la historia de los huesos del Apóstol no acaba aquí. Las reliquias no pararon quietas mucho tiempo. Según la tradición oral en el siglo XVI tuvieron que ser escondidas para evitar la profanación de los piratas que amenazaron la ciudad compostelana. Las excavaciones llevadas a cabo a finales del siglo XIX, al perderse la pista de los restos de Santiago, revelaron la existencia de un escondite de 99 cm. de largo por 30 de ancho, dentro del ábside detrás del altar principal, pero fuera del edículo que habían construido los discípulos. En 1884 el papa León XIII reconoció oficialmente este segundo hallazgo.
Además de este traslado óseo, la autenticidad de los restos del apóstol Santiago ha generado controversia y ha protagonizado meticulosas investigaciones a lo largo de la historia. Estudios arqueológicos han demostrado que Compostela era una necrópolis pre-cristiana, pero jamás se han practicado investigaciones científicas sobre los restos que custodian los muros de la Catedral, hasta el punto de que algunos investigadores incluso han atribuido tales reliquias óseas a Prisciliano de Ávila, el obispo hispano acusado de herejía.
INICIO DE LA PEREGRINACIÓN
Además de la sencilla iglesia que el Rey Alfonso II mandó edificar sobre el sepulcro, otro fenómeno sobrenatural haría que el mito jacobeo traspasara definitivamente los Pirineos y Santiago, esta vez con el apelativo de Matamoros, se convirtiera en la encarnación de la Reconquista.
En Clavijo, cerca de Logroño, en el año 844, el Rey Ramiro I de Asturias se enfrenta a las tropas musulmanas de Abderramán II en clara desventaja numérica. En pleno fragor de la batalla, aparece el Apóstol Santiago, espada en mano a lomos de su brioso caballo blanco y las tropas cristianas vencen, contra todo pronóstico, a los infieles.
Ya no estamos ante un pequeño templo, si no ante una catedral de mayores dimensiones y mayor calidad artística que en el año 899 Alfonso III el Magno consagra.
La peregrinación recibe el impulso definitivo en la primera mitad del siglo XI, paradójicamente gracias al caudillo musulmán Almanzor. Sus repetidos ataques sobre los reinos cristianos inquietaban a los monjes de la Abadía benedictina de Cluny, centro del cristianismo europeo. Fue por ello que los religiosos vinculados a esa orden elaboraron el Códice Calixtino (considerada la primera Guía del Peregrino, con la descripción de lugares y consejos para recorrer el Camino) y la Historia Compostelana. Los reyes españoles de aquel entonces (el navarro Sancho III el Mayor y el castellano Alfonso VI) comprendieron que mantener el Camino libre y expedito era asegurarse una vía de vital importancia económica, comercial y militar y, por tanto favorecieron la construcción y proyección de una red de monasterios cluniacenses, calzadas, puentes, hospitales y lugares asistenciales para el peregrino por el norte de España y, singularmente, alrededor del Camino.
CONSOLIDACIÓN DE LA RUTA JACOBEA
El primer brote en la peregrinación se produce en 1122, cuando el Papa Calixto II proclama Año Santo Compostelano aquel en el que el 25 de julio caiga en domingo, con la posibilidad de que los peregrinos obtengan la indulgencia plenaria. Las condiciones para ganar el jubileo son:
– Visitar en Año Santo la Catedral de Compostela donde se guarda la tumba de Santiago el Mayor.
– Rezar alguna oración (el Credo, el Padre Nuestro) y pedir por las intenciones del Papa. Se recomienda asistir a la Santa Misa.
– Recibir los Sacramentos de la Penitencia y la Comunión entre los 15 días anteriores y posteriores a la visita a Compostela.
Con tal de conseguir esa indulgencia, multitud de gente comienza a llegar de todas partes de Europa llenando los caminos de gentes de las más diversas capas sociales y dando un toque cosmopolita a los lugares por donde pasa el itinerario.
Hasta entonces el camino de la costa era más seguro que los del interior, más expuestos a las correrías árabes. A partir de entonces el Camino Francés es más utilizado y desde Roncesvalles se constatan miles de peregrinos. Más tarde, con la conquista de Zaragoza, se habilitaría el ramal de Somport a Puente La Reina. Las antiguas calzadas romanas de Burdeos a Astorga y de Astorga a Iria Flavia sirven de base a la ruta jacobea. A su paso surgen gran cantidad de aldeas y villas que acogen una nueva clase urbana de artesanos y comerciantes, en su mayoría franceses.
Estamos por tanto, ante la época de esplendor del Camino a Santiago. Miles de peregrinos dirigen sus pasos hacia el fin del mundo conocido acompañados por su bastón y su calabaza-cantimplora. La vieira o venera conseguida en Compostela acreditará, al regreso, el éxito de la aventura.
Años más tarde, gracias a los bienes generosamente obsequiados por los peregrinos y al carácter apostólico de su iglesia, Diego Gelmirez convirtió a Santiago de Compostela en la sede de su arzobispado e impulsó la construcción de la Catedral como la conocemos hoy en día.
DECLIVE DEL CAMINO
A partir de la peste negra que asola Europa en el siglo XIV las peregrinaciones se ven seriamente disminuidas. A su vez, la Reconquista desplaza toda la atención económica y gubernamental de los reinos españoles hacia el sur o a conquistar nuevos mundos.
Dos siglos más tarde, la aparición del Protestantismo supone otro duro golpe, ya que el mismo Lutero intenta disuadir a sus seguidores de viajar hasta la tumba del Apóstol.
El hecho de que el arzobispo de Santiago desde 1587 a 1602, Don Juan de Sanclemente y Torquemada, ante la amenaza del corsario Francis Drake de destruir la catedral y el relicario del Santo, ocultara sus restos llevándose el secreto a su tumba, también ayudó a la disminución del número de peregrinos.
Estos hechos, junto con guerras, hambre, malas cosechas,… hicieron que, la que era hasta entonces la peregrinación por excelencia, perdiera el esplendor de los siglos anteriores, y, año tras año, el Camino fue cayendo en el olvido.
Aunque en los siglos XVII y XVIII se mejoran las comunicaciones y el Camino recobra parte de su prestigio y recibe a peregrinos ilustres, los librepensadores del siglo XIX, los descubrimientos científicos y la revolución industrial no son muy compaginables con un modo de vida con reminiscencias medievales.
La crisis fue tan aguda que incluso el Papa León XIII en el año 1884 tuvo que declarar verdaderos los restos de Santiago reaparecidos en unas excavaciones en su Bula Deus Omnipotens.
RESURGIR DEL CAMINO
En el último cuarto del siglo XX se produce el resurgir de la peregrinación a Santiago.
Pero fue sin duda el párroco de O Cebreiro, Elías Valiña Sampedro, quien resultó imprescindible en el relanzamiento del fenómeno Xacobeo. Fue un auténtico visionario cuando en los años 60 realizó el primer estudio serio sobre el trazado del Camino francés y dedicó su tesis doctoral a la ruta medieval. Llevó su entusiasmo por todos los municipios por los que pasaba el Camino francés. Habló con expertos, con otros párrocos y con alcaldes para convencerlos de la necesidad de proteger el Camino. Poco a poco fue tejiendo una red de colaboradores que lo ayudaron en su tarea de delimitación de los tramos originales. Incluso, en los años 80, él mismo recorrió el norte de España pintando la Ruta con las que hoy son las famosas flechas amarillas. Por entonces el Camino estaba prácticamente olvidado e intransitable. Lamentablemente él no pudo ver sus sueños cumplidos, ya que falleció en 1989.
Fruto de su trabajo nació la Asociación de Amigos del Camino de Santiago, germen de las peregrinaciones masivas que comenzarían a partir del Año Santo Compostelano de 1993.
También trabajó duramente el gobierno autónomo gallego (la Xunta) para potenciar su valor como recurso turístico, abriéndolo a personas no solo con el perfil del peregrino religioso tradicional, si no a los peregrinos del siglo XXI que, hartos de la sobrecarga materialista, buscan y encuentran en el Camino abnegación, esfuerzo, espiritualidad, aventura, solidaridad, compañerismo y, en definitiva, alegrías.
La Xunta lanzó una gran campaña de publicidad para el Año Xacobeo 93. Gracias a este plan, y contando con la colaboración de las comunidades autónomas por las que atraviesa el Camino, se restauraron tramos de la ruta e infraestructuras para los peregrinos. No cabe duda, por tanto, que parte del éxito de los últimos años se debe a razones de promoción turística. Como fruto de ese arduo trabajo resultó el hecho que, ese mismo año, el Camino de Santiago fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Desde entonces, hacer el recorrido a pie, en bicicleta o a caballo es una actividad popular que reúne lo religioso, espiritual, deportivo y cultural. En el año 2015 llegaron a Santiago de Compostela 262.515 peregrinos de un centenar de países. Esas cifras aumentan cada año en torno a un 10% respecto al año anterior.
Por tanto, podemos decir que la Ruta Jacobea se ha ganado su prestigio actual gracias a su valor eminentemente espiritual, pero también gracias a la belleza de los paisajes rurales y los pueblos que atraviesa.