Cuenta la historia que hacia el año 820 un ermitaño llamado Pelayo, afirmó que observaba muchas noches unas luces que semejaban una lluvia de estrellas fugaces, que caían siempre sobre el mismo montículo. Pelayo, impresionado por la lluvia de estrellas, se presentó ante el obispo de Iria Flavia, Teodomiro, para informarle del suceso. El obispo se trasladó hasta el lugar y pudo contemplar el fenómeno relatado por el ermitaño. Un fuerte resplandor iluminaba el lugar en donde, entre la densa vegetación, encontraría un sepulcro de piedra en el que reposaban tres cuerpos, identificados como el de Santiago el Mayor y sus discípulos Teodoro y Atanasio. Por esto se dice que en la Catedral de Santiago yacen los restos del apóstol Santiago.
Pero este mito, como bien dice la palabra no es más que un mito, puesto que los restos hallados, fueron 800 años después de la muerte del apóstol.